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Cuentos y relatos de un nuevo mundo

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Ira II

— Debes permanecer un tiempo sin llamar la atención. —le dijo Nivek Lomax a Strafe—. Evita salir mucho, y no hagas nada durante un tiempo. ¿Lo has entendido?

— Sí. —le contestó bruscamente Strafe.

— Y si vuelves a meterte en líos, no dudes en llamarme. —dijo mientras le entregaba una tarjeta con su nombre y teléfono—. Haber ganado tu caso me lanzará a la cima, así que gracias.

— Muy bien. —respondió Strafe mientras se bajaba del coche del abogado.


Nivek lo dejó en la entrada de su edificio, Strafe cogió el ascensor hasta llegar a su piso y entró en su lujoso apartamento. Intentó relajarse y dejar de pensar en la muerte de su hija, pero, cada vez que cerraba los ojos, le aparecía la espeluznante imagen del cuerpo de su hija colgando de ese puente. La veía con perfecta claridad, como si fuese aquella primera vez; podían verse todos sus huesos, y, la sangre de su vientre abierto le goteaba hasta los pies. Su cuerpo estaba lleno de moratones, y tenía mordeduras y cortes en la zona genital. Esa visión no lo abandonaría jamás, tendría que vivir con ello toda su vida. Pero lo que más odiaba era saber que el verdadero responsable seguía suelto y disfrutando de la vida; ese hombre, Vin Strauss, debía pagar por sus crímenes, Strafe debía hacerle pagar su penitencia.


Vin Strauss era un famoso profesor que daba clases de medicina en la universidad de Stanford, pero eso era más bien un hobby; con lo que realmente había triunfado era con su empresa farmacéutica. Su empresa producía y vendía todo tipo de medicamentos, desde simples analgésicos, hasta complejas vacunas. El problema es que su ambición iba más allá, y comenzó a vender medicamentos fuera de la legalidad, la mayoría de estos se trataban para luego venderlos como droga en las calles. Vin Strauss lo sabía, pero no le importaba, ya que esto le hacía ganar mucho más dinero.


Strauss temía que toda la investigación policial sobre los asesinatos de Strafe destapasen su sucio negocio. Por eso movió algunos hilos y presionó al jurado para otorgar a Strafe la libertad condicional. De este modo, esperaba que se diese carpetazo al caso y que pasado un tiempo todos se olvidasen. Pero Strafe jamás olvidaría, y siempre clamaría la sangre que se debía de pagar por lo que le arrebataron.


Durante unos pocos días, Strafe vigiló y siguió a todas horas a su presa. Strauss llevaba una vida de lujos y caprichos, acudía a multitud de fiestas y contaba con muchas amistades, a las cuales tampoco les convenía que saliese a la luz la oculta fuente de ingresos de Strauss. Después de su tarea de reconocimiento, comenzó su plan de acción. Strafe no podía seguir permitiendo, que aquel hombre viviese colmando las calles de drogas y destructores de familias. A Strafe le hervía la sangre solo con saber que respiraba el mismo aire que ese monstruo. Y la misma irá que moldeó su carácter de crío, le invadía a todas horas en su casa.


El plan a seguir fue el siguiente. Durante la mañana del 14 de julio, Strauss debía acudir a una reunión con la junta directiva de su empresa, al terminar, irían, como ocurría después de cada reunión importante, a jugar al golf con algunos de sus compañeros más adinerados. Aunque era un buen momento para atacar, Strauss siempre llevaba uno o dos escoltas a esas partidas. Y Strafe no quería matar a más gente de la cuenta, solo le importaba una persona. Pero, Strafe descubrió que después de la partida de golf, Strauss acostumbraba a pasar la tarde y la noche en el Hotel Carolina. El Carolina era un hotel y club social para los peces gordos de las mayores industrias farmacéuticas del mundo. Era un lugar de compra y venta de nuevos productos o recetas químicas. Y aunque el hotel contaba con una fuerte seguridad, las habitaciones tenían el defecto de compartir el aire acondicionado cada dos habitaciones. Así, si Strafe lograba alquilar la habitación contigua a la de su enemigo, podría acceder a esta mediante los conductos de aire.


Convencido de que por fin obtendría su preciada venganza, logró camelarse a una chica de recepción y conseguir la habitación contigua a la de Strauss. Lo mejor, para llamar menos la atención, era actuar por la noche. Sabiendo esto, se coló entre los conductos cuando su reloj de pulsera marco las 2 en punto de la madrugada, justo cuando Strauss debía dormir profundamente, o, eso pensó él.


Al entrar en el cuarto, Strafe debería haber notado un sutil olor que recordaba al picor de un ajo, pero estaba tan centrado en sus deseos de ver morir a su presa, que lo pasó por alto.


A los pocos segundos, y antes de poder abalanzarse sobre el bulto que reposaba en la cama, un fuerte y contundente impacto tiró al suelo a Strafe. Mientras yacía en el suelo, una mano le colocó un pañuelo en la nariz y boca, y poco después le inyectó una sustancia en su brazo derecho.


Mientras respiraba la sustancia del pañuelo, Strafe no podía pensar con claridad. Cada vez que respiraba se sentía más y más adormilado, pero, antes de que se quedase totalmente dormido, su atacante lo levantó y lo sentó en una silla.


Mientras su agresor lo ataba fuertemente a la silla, Strafe se preguntaba si ese hombre era Strauss u otra persona. La identidad del hombre le era desconocida porque llevaba una máscara de gas y un mono de laboratorio químico. Poco a poco, los efectos del pañuelo fueron disipándose, y Strafe logró identificar los claros ojos verdosos de Strauss a través de la máscara. En ese momento, le engulleron en igual medida los sentimientos de ira y de vergüenza; vergüenza, causada por haber subestimado a su presa.


Strauss, después de atar a Strafe, se dirigió hacia la ventana y la abrió sin quitarse ninguna de sus vestimentas. Después se acercó a Strafe y le tapó la boca con cinta adhesiva. Al terminar se sentó en la cama y se puso a mirar de frente a Strafe. Y mientras Strafe se revolvía intentando escapar, le dijo.


— ¿Acaso creías que no iba a tomar precauciones después del escándalo que causaste? —dijo con una voz grave y distorsionada por la máscara—. Soy dueño de la mayor distribuidora de fármacos del mundo. Si lo deseo puedo dejar a un país entero hundirse en la enfermedad y el desasosiego. ¿En serio pensabas que un hombre como yo no sería más prudente?


Strafe gruñó de rabia y aunque intentaba liberarse, le fue inútil pelearse con sus ataduras.


— Me has decepcionado. — continuó burlonamente, mientras se quitaba la máscara—. Creía que, dado que yo soy el responsable de la muerte de tu hija, te esforzarías más en matarme.


Strafe enloqueció de furia por las palabras de Strauss, la vena del cuello le empezó a palpitar de forma descontrolada, y Strafe notó como un familiar sabor a sangre le inundaba la boca; debido a la fuerte ira que sentía Strafe, pequeños vasos sanguíneos habían estallado por todo su cuerpo. De haber tenido la boca destapada, Strafe habría soltado tales improperios, que podrían haber hecho temblar una montaña y amedrentarse a un león.


— ¡Ja, ja, ja! ¿Qué pasa? ¿No te parece digna la muerte de tu hija? —dijo después de darse cuenta de la reacción de Strafe—. Pero no te preocupes, muy pronto te reunirás con ella. Te estarás preguntando qué es lo que te he inyectado antes, ese olor tan desagradable que te recuerda a un ajo crudo, es tiofenol. Es un compuesto extremadamente tóxico y se utiliza en algunos productos farmacéuticos, así que, comprenderás lo sencillo que me es acceder a él. Tengo curiosidad, sabes, la dosis mortal mediante inhalación en un hombre de tu peso, debería ser de unos 10 miligramos, pero hoy he probado a inyectarlo en tu sangre, además, para asegurarme te he puesto el doble de la dosis correspondiente. En teoría deberías morir en menos de 7 minutos, veremos qué ocurre…. —dijo, esbozando la misma sonrisa, que se dibujaría en el rostro de un niño que juega a diseccionar ranas.


Y allí se quedaron, ambos hombres deseándose la muerte, ambos depredadores cruzando las miradas. Sentados uno enfrente del otro, uno deleitándose por torturar a su presa y otro rezando a las fuerzas de Dios, para que algún milagro lo librase de aquel destino.



Raclul dijo: “Que tus actos sean causa, no causados”.

También dijo: “Esta historia aún está por terminar”.

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“Que tus actos sean causa, no causados”
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