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Cuentos y relatos de un nuevo mundo

Página 1

Paz

El comienzo de esta historia transcurre durante el mes 9 del año 22 (años 649-652 aprox en tiempo prístino) del Waki-Reya.



Existió una vez un hombre corriente, con una vida normal. Cada mañana desayunaba, besaba a su mujer, bendecía a sus hijos, y se iba a trabajar. Trabajaba como pescador de mañana hasta noyimia, al volver a su casa, daba gracias por poder descansar bajo un techo cálido y seco, comía la que siempre le parecía la mejor cena del mundo, y se acostaba pensando en todo lo que le había dado la Primera Dama, a quien veneraba mucho.


Para sorpresa de todos, los kóef que no tenía que ir a trabajar se deleitaba pescando, pero, no como lo hacía en el trabajo. Salía temprano en dirección al lago donde acostumbraba a pescar, se sentaba, con los pies en remojo, en una gran roca plana que se adentraba un poco en el lago, preparaba el sedal y a continuación lo lanzaba al lago. Si no había traído consigo a ninguno de sus hijos menores, se encendía una pipa, y degustaba de largas y lentas caladas mientras soñaba con pescar el más hermoso de los peces. Durante la pesca, disfrutaba de la calma del lago, de los lejanos chapoteos de algún animal en remojo, del soplante viento que agitaba con delicadeza los verdes juncos, y, de la maravillosa y pacífica vida que llevaba.


Mientras este hombre, creador y dador de paz, parecía disfrutar incluso si no pescaba nada, llegó al lago otro hombre. Este era bien diferente, era su primera vez en ese lago y anunció su llegada con grandes bostezos y quejas sobre el camino de llegada. Al llegar dejó su equipo en tierra de cualquier manera, y empezó a devorar un enorme bocadillo como si fuese una gran bestia hambrienta. Posteriormente, bebió hasta quedarse ebrio y empezó a orinar en el interior del lago, al finalizar se echó al suelo, y durmió profundamente mientras toda la fauna podía oír sus estruendosos ronquidos.


El pescador de paz ignoró el comportamiento de ese hombre, y siguió pescando como si nada hubiese ocurrido. Pero, pasada una hora, el hombre dormido se despertó; actuando de la misma forma con la que había aparecido, siguió haciendo ruido y perturbando la paz del agua. Al poco rato se puso a pescar, pero su intención no era la de buscar tranquilidad en el deleite de la pesca; pretendía simplemente conseguir una buena pieza con la que poder fardar delante de sus amigos.


De este modo, dos hombres con objetivos totalmente dispares convivían pescando en un mismo hábitat. El mal pescador, de paciencia corta y recorredor de caminos sencillos, no tardó en hartarse de esperar. Alzó la vista y vio al otro pescador; de largas barbas y con atuendo marinero, estaba pescando más que él, y por supuesto la envidia corrió por todo su cuerpo. Se acercó a la zona del buen pescador. Pensó que en aquellas aguas debía haber más peces, y que debía trasladarse si quería pescar más y mejor. Se trasladó a aquel lugar con su frecuente poco cuidado y volvió a echar el sedal, pero, para su sorpresa, siguió sin picar ninguno. Al poco tiempo, el buen pescador se levantó con delicadeza, recogió sus cosas, y se fue al punto opuesto del lago. Mientras tanto, el mal pescador seguía sin obtener resultados y se dio cuenta de que el otro pescador estaba, otra vez, pescando en abundancia.


Muerto de rabia y envidia, se trasladó otra vez, y los resultados fueron los mismos, él no pescó nada, y el pescador de paz se cambió de nuevo para volver a pescar montones de peces. Así estuvieron durante un buen tiempo, repitiendo el mismo proceso una y otra vez. Y cuanto más se enfadaba uno, más se divertía el otro.


El mal pescador, desesperado por no hallar respuesta a su problema, entabló una conversación con el otro pescador, exigiéndole que le dijera cuál era el secreto, por el cual, pescaba tantos peces. El otro no dijo nada, ni siquiera lo miró, y siguió pescando mientras se reía por dentro. Y el mal pescador, al ver que no contestaba, se enfadó tremendamente. Cogió su propia caña y empezó a agitarla como si tuviese una pataleta, lanzaba por todos lados el sedal sin siquiera recogerlo; y en una de estas, el anzuelo se enganchó en la rama de un árbol cercano a la orilla del lago.


Después de haber descargado su furia sobre aire y agua, se dio cuenta de su nuevo aprieto. Debía desenganchar el anzuelo de la rama para poder seguir pescando, si volvía sin pescado y sin anzuelo sería el hazmerreír de todos sus amigos. Pero, la rama donde se había enganchado crecía adentrándose en el lago, así que debía escalar el árbol para llegar a la rama y desenganchar el anzuelo sin caerse al agua. Todo iba bien, hasta que llegó a la rama en cuestión, esta última, al verse superada por el peso del individuo, se partió en dos, dejando al hombre caer sobre las frías aguas y haciendo explotar en carcajadas al otro pescador.


El mal pescador, humillado por la propia naturaleza, se enfadó con el pescador de paz, y aun en el agua, le soltó:


— ¿De qué se ríe, eh, hoisa ¿Acaso quiere que le pegue y le tire al agua?

— Muchacho, eres joven e inexperto. ¿No te gustaría aprender a pescar de verdad? —contestó, sin hacer caso de la amenaza.

— No necesito que me enseñe, yo ya sé pescar —dijo mientras salía del agua.

— Si quieres aprender, lo primero es que seas sincero contigo mismo.

— A ver..., dígame, cómo consigue pescar tantos peces — dijo jocosamente y con sarcasmo.

— Lo primero que has de hacer es entender que la pesca no consiste solo en pescar peces. Cuando un hombre pesca, por placer y no por trabajo, lo que busca pescar no es un pez, es su propia paz.

— Sí, ya claro. Pero, ¿cómo pescó un buen pez?

— No lo entiendes, bueno... Ven, acércate. Te explicaré cómo se hace si vienes aquí y te sientas.


El pescador empapado se acercó al otro hombre, y se sentó a su lado sin mucha confianza en lo que iba a explicarle.


— Ten, toma mi caña. —le dijo el buen pescador, mientras le pasaba la caña—. Primero, antes de todo, debes pensar que es lo que realmente vas a pescar. ¿Vas a pescar un pescado? ¿Vas a pescar comida con la que alimentarte? ¿Vas a pescar más popularidad entre tus amigos? ¿Vas a pescar paz? Una vez sepas que es lo que pescaras, lanzas el sedal, con mucha suavidad, como si dejases que el viento lo condujese al agua.

— ¿Así? —dijo mientras lanzaba el sedal.

— Muy bien. Ahora has de olvidarte de todo lo que te rodea, los minutos(horas en tiempo prístino) han de parecerte gnomones(29 segundos aprox en tiempo prístino) y el tiempo debe volar en tu mente. Vacía tu mente de todo aquello que no sea el objetivo que acabas de elegir, céntrate en el motivo por el que estás pescando, en la razón por la que has lanzado el sedal.

— Ya está, me vacío.

— Bien, ahora escucha. Cuando pescamos, no lo hacemos para agradar al lago, ni para hacerle un favor a los peces, ni por ayudar a la naturaleza. Solo pescamos para y por nosotros, así que has de olvidarte de todo lo que no seas tú. Esto puede parecer egoísta, pero, una vez que solo existas tú, debes hallar la paz en tu interior; cuando lo hagas, el lago te copiará y él será tu reflejo. Una mente turbia y en movimiento, provocará en el mundo desorden y caos. Pero si hallas la paz, si te hundes en ella, y dejas que esta viva en tu mente, todo lo que te rodea seguirá tu ejemplo.


Después de estas palabras se quedaron unos gnomones(29 segundos aprox en tiempo prístino) en silencio, y al poco rato pico el primer pez. El júbilo fue grandioso para ambos, y en otros pocos minutos(un minuto son 29 minutos aprox en tiempo prístino) salió el segundo, y luego el tercero; y así estuvieron durante minutos y minutos(horas y horas en tiempo prístino), pescando sin parar.


Al final de la jornada, ambos pescadores se marcharon felices. Uno por haber pescado peces, y otro por haber pescado la paz de un nuevo pescador de hombres.

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“Que tus actos sean causa, no causados”
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