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Cuentos y relatos de un nuevo mundo

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Amor II

Seguimos los pasos de un pequeño y gran rey, que dejó todo su reino y riquezas para encontrar el verdadero y único amor. No se arrepintió en ningún momento de su decisión, pues, dejó el destino de su reino asegurado por su hermano; y, todo el cansancio y el esfuerzo que esta búsqueda le ocasionase, serían, al final, enormemente recompensados.


Aunque no encontrase jamás a su amada, y aunque muriese antes de poder volver a ver su bello rostro, siempre rezaba, cada noyimia, para que ella fuese feliz hasta la muerte, incluso, aunque su amor fuese para otro hombre. Añoraba con creces la breve conversación que tuvieron en los jardines reales, y de como ella dijo aquello que pensaba, sin temor a ser castigada.


La única pista que le quedaba era los susurrantes rumores de los viajeros que se cruzaba en el camino, hablaban sobre una doncella joven que había heredado un reino por la prematura muerte de su madre. Una doncella bondadosa, de fuerte carácter, con grandes ojos azules como zafiros, y con la extraña costumbre de ensuciarse las manos cultivando sus propias flores. El rey pensó que debía ser ella, así que, aferrándose a su última esperanza, galopó kóe tras kóe, a lomos de un veloz revfcule(*), esperando vislumbrar, en algún momento, el palacio de su amada.


Los peligros a los que se enfrentó en su viaje fueron difíciles de afrontar, en especial para él, que no había conocido más que las comodidades de haber nacido con sangre real. Pero, al final, el sentimiento de calor que le aportaba la visión de su hermosa dama, le reconfortaba completamente. Paso mucho tiempo preguntando, explorando y buscando por todas partes. Dentro de él, crecía con fuerza, la idea de que cada vez era menor la distancia que los separaba, y, de que si seguía por ese sendero, acabaría siendo recompensado.


Pasada una docena de días(un año en tiempo prístino) del comienzo de la búsqueda, por fin, entró en la frontera del país, donde, reinaba la mujer a la que deseaba ver. No entendió como pudo no llegar la invitación que estaba destinada a llegar a ese reino, pero ya no le importaba el motivo por el cual, la dama no acudió a la cita. Ahora podría volver a verla, y si ella lo deseaba estarían juntos al fin.


Después de localizar el palacio donde la reina debía estar hospedándose, estuvo observando cuidadosamente los movimientos de todo aquel que entrase o saliese del castillo. Para su sorpresa, no logró ver a la nueva y joven reina ninguno de los kóef. Parecía como si los guardias solo aparentasen que ahí residía la reina, pero, la reina nunca dio señal de vida dentro de las estancias. El joven exmonarca ya intuía que es lo sucedía; la joven dama nunca había mostrado especial interés por las excentricidades y los lujos, así que, seguramente, habría ordenado que se hiciese guardia en palacio para mantener la treta, mientras ella residía en una casa mucho más humilde.


El joven acertó en su razonamiento, y, también, acertó al pensar que la verdadera residencia de la reina debía ser cerca de palacio, para así, poder moverse con facilidad a palacio si recibía alguna visita imprevista. Dedujo, con gran perspicacia, que el hogar de la dama era una casa antigua, pero acogedora, que se encontraba en la cima de una pequeña loma. La loma colindaba con un estrecho río que terminaba parando en los jardines del palacio, de esta forma, podía desplazarse rápidamente entre los dos sitios por medio de una pequeña barca.


La hermosa hacienda tenía vistas a las comarcas cercanas, y desde esa altura el cielo nocturno era espléndidamente hermoso. Adornando la entrada había un par de macetas con bellas flores, y, en la misma pared, se extendían verdes enredaderas. Además, alrededor de toda la casa crecía un huerto con todo tipo de frutas y verduras.


Sin ningún tipo de preámbulo, el viajero se dirigió con decisión hacia la hermosa y humilde casa. Llamó con delicadeza a la puerta, como si estuviese tocando a la misma mujer que amaba, pero no hubo ninguna respuesta. Estuvo a punto de entrar al interior, cuando de repente una voz, profiriendo palabras malsonantes, sonó detrás de la casa, en el huerto. La reconoció de inmediato, era la voz de aquella joven, que después de tanto tiempo danzaba otra vez en sus oídos. Corrió rápidamente hacia la parte posterior de la casa, sonriendo y recordando todo el camino recorrido. Muy quieto, contempló otra vez, la hermosa figura de la mujer de sus sueños, y deseando que se diese la vuelta, para poder ver su rostro, la llamó con un simple pero dulce “hola”. Ella no se giró, y respondió:


— Un segundo, un segundo…. También podría haber elegido un momento mejor para venir, ¿no? —Dijo sin darse cuenta de con quién hablaba.

— Yo, eh, bueno, soy… —consiguió decir antes de que la mujer le cortase.

— ¡Ay! Me cago en la… —gritó la muchacha mientras se llevaba el dedo a la boca—. No me lo estás poniendo nada fácil, maldita planta de los….

— ¿Quieres que te ayude? —le dijo el viajero algo preocupado.

— No, no hace falta, solo necesito… —Dijo mientras su voz se iba apagando al darse la vuelta, y ver quién le hablaba—. ¡Oh! Eres tú, ya es la segunda vez que te habló de forma inadecuada por no mirarte a la cara. Bueno, dime. ¿Qué te ha traído hasta aquí? Estás un poco lejos de tu hogar, sabes.

— Verás, he venido porque tenía que decirte una cosa importante —Dijo mientras le temblaban las piernas—. Yo quería decirte, que después de nuestro primer encuentro, no he parado de pensar en ti y que….

— No continúes por favor —le cortó la muchacha con tono apenado—. Ya sabía por qué estabas aquí antes de preguntar, sé cuáles son tus sentimientos hacia mí, y te ahorraré el mal trago. Tú a mí también me gustas, antes incluso de nuestra charla en la fiesta, yo ya te estaba observando. Admiraba que fueses justo con tus súbditos y que fueses compasivo a la hora de impartir castigos. Y te estuve siguiendo en muchos de tus viajes que tuviste como monarca. Pero, aunque deseo estar contigo, yo no me guío por mis deseos, me guío por mi propia razón, y está me dice que no debo estar junto ti.

— ¿Cuál es esa razón que impide que dos personas que se amen no puedan estar juntas? —le replicó el joven.

— Pues la misma que me impidió abandonar a mi reino y acudir al lugar que indicaba la carta con la reko —sollozó la joven.

— Creía que nunca te llegó la carta, y que por eso no apareciste —dijo el joven, entristecido y bajando lentamente la cabeza.

— Sí que llegó, pero mi madre había muerto, y debía ocuparme de mi pueblo. Yo decidí no hacer como tú, que abandonaste a tu gente y le confiaste el gobierno a otra persona para así poder ir a liberar tus deseos de amor. Me quedé, ejerciendo el cargo que me estaba destinado, sin importar cuáles fueran mis deseos, debía seguir velando por mi gente.


El antiguo rey se quedó mudo, se dio cuenta de cuan egoísta había sido. Desde pequeño le enseñaron que un rey nunca debe anteponer sus deseos frente al bien del pueblo. Pero él había actuado pensando solo en sí mismo, solo se había preocupado de que su sed por ver a una mujer quedase saciada.


Para el monarca esa actitud era imperdonable y reconociendo su falta dijo:


— Lo lamento mujer, siento que te haya causado tanto dolor, y que por mi culpa no podamos estar juntos. Repararé mi error, volveré a mi reino, y si me aceptan, reinaré mejor y no cometeré otra vez este error. Gracias y perdón por todo.


Una vez dichas esas palabras se dio media vuelta y tomó el camino por el que había venido. La bella dama, inundada por la tristeza, no supo que responder y dejó que su amor se marchara para nunca volver. El hombre, destrozado, pero arrepentido, inició la marcha de vuelta a su tierra, maldiciendo para sus adentros todos los sueños y falsas esperanzas que había imaginado en su viaje.



Raclul dijo: “Que tus actos sean causa, no causados”.

También dijo: “Esta historia aún está por terminar”.



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Revfcule: 1ª derivación: abreviatura de revquu-fecd-ule: (lengua-serr-ada).


- Cuadrúpedo, parecido a un caballo, que tiene la particularidad de tener muchos y pequeños colmillos en su lengua. Además, en vez de pelo tiene plumaje, y, en su cabeza, porta dos cuernos alineados con su columna vertebral, combados, ambos, hacia atrás.

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“Que tus actos sean causa, no causados”
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