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Escarceos

Página 1

9/9/2024

Me sentía increíblemente pesado, mi rápida pero contundente batalla había hecho mella en mí. Mi antigua compañera había estado cuidando de mí con el mismo esmero y delicadeza que dedicaba a nuestro hijo. Ella comenzaba a verse hermosa de nuevo, habría cicatrices y marcas que jamás sanarían, pero ya era atractiva.

El coloso y el pintor también me visitaron mientras yo reposaba, el primero me explicó que su fuerza se debía a la práctica de un excelso arte marcial que él había creado en su estancia en la pena negra. Me prometió que, una vez superase las cinco penas, él me enseñaría a combatir del mismo modo que él lo hacía. El pintor pintó un cuadro inspirándose en mi batalla contra el coloso, fue una de las muchas pinturas que nadie conoció jamás. Mientras tanto, el niño-puerco que yo había dejado también malherido, se pasaba los días entrenando en el patio en el que yo lo había vencido.

Era curioso, pero, ahora que no podía cumplir con mi objetivo por estar impedido físicamente, me sentía inusualmente bien. Era como si mi meta fuera falsa y yo era el que estaba empeñado en cumplirla a toda costa, no existía una razón para seguir los pasos del camino que se me había preparado, yo podía elegir otra clase de existencia. Si verdaderamente debía aspirar a ser libre, ¿no significaba eso que yo mismo debía decidir cuál sería mi destino? Sin embargo, todos esos pensamientos profundos fueron seccionados y marginados por la visión de un nuevo personaje que entró a visitarme. El niño, mi hijo, había entrado en mi habitación para ver cómo estaba. Recordé toda la ira que sentía, y comprendí que mi meta era más importante que cualquier paz o felicidad que pudiera llegar a desarrollar en aquella casa. Ese niño me miró con sus ojos calmados y supe que mis dudas eran erróneas, yo debía continuar mi viaje cuanto antes, y ese maldito criajo me había hecho retrasarme mucho. Tenía pensado matarlo, no sabía cuándo, pero algún día lo haría.

Pasó el tiempo y me fui recuperando. Mi antigua compañera cuidaba muy bien de mí, ella comprendió que yo hice todo eso para llamar su atención. Pensó que yo la valoraba tanto que me había sacrificado hasta el punto de estar al borde de la muerte, que, desde el momento en que me fui, yo solo quería hacer las paces con ella y que volviéramos a estar juntos. No podía estar más alejada de la realidad. "¡Lo ha entendido todo mal!", pensé mientras ella me mostraba su agradecimiento por mi buena voluntad. Yo no la quería ni la deseaba, ella era un estorbo para mí. Lo único que yo quería era resolver el pecado pendiente en aquella casa y marcharme hasta mi siguiente prueba. Ella me acompañaría si le placía, pero yo no la cuidaría. Yo siempre sería egoísta, y la emplearía para desgastar mis deseos de furia y lujuria. La zarandearía y la golpearía sin cesar si me molestaba, y si se oponía a realizar alguna tarea vital para mi objetivo, simplemente la mataría. No sentiría remordimiento ni pena, solo me importaba alcanzar la libertad. Solo quería demostrar a mis creadores que yo era la respuesta a todos sus intentos fallidos, que yo sí que era un ser bendecido con la libertad.

Cuando ya me sentí mejor, cuando ya pude ponerme en pie, quise pedirle al coloso una ayuda algo más detallada; él me dijo: "El pecado que buscas aquí no será ajusticiado con la muerte de nadie. Se trata de una porción que debe ser transportada para dar evidencia de un cruel hecho. Consúltale a tu compañera, ella conoce qué es lo que no debe permanecer en esta casa". Hice caso al coloso e intenté que mi compañera me diera alguna pista, ella se alegró de que nuestra relación volviera a aflorar, y me llevó hasta la sala principal donde se exponían la mayoría de las obras del pintor quejumbroso. Ella me señaló una que ya me había parecido interesante, y la tocó mientras se entristecía y comenzaba a sollozar. Era la pintura del padre devorando a uno de sus hijos. El pintor apareció para anunciar: "Creo saber cuál es el pecado que te toca purgar. Se trata de mí, de mis obras. Mi encierro no fue totalmente forzado, yo me he despegado de aquellos que me amaban. Aunque lo que sí es cierto es que hay algunos de mis hermanos de los que sí me quiero vengar. Caminante de la pena negra, te diré qué es lo que debes cargar si aceptas mi petición de venganza." Asentí con la cabeza, quería salir de aquella casa cuanto antes y poder cumplir mi propio objetivo.

El pintor se acercó a una pared que estaba tapada, y tirando de un suave manto negro, descubrió la bella creación. Bello era el cuadro y su técnica, pero no su composición. La imagen que mostraba era tan descomunal como aterradora. Actos de toda clase de vileza se retrataban en él, situaciones de maldad absoluta se mostraban con oscuros colores. Era una obra maldita y llena de dolor, estaba destinada solo a ojos selectos incapaces de sentir empatía. Bajo los lindes de la obra, se leía un título único que quitaba el aliento al leerlo.

Contemplé con mis ojos, la perfección de: "El nacimiento del Cuarto"

8/9/2024

Me quedé en el hogar del pintor, reposé en sus abrazos de calma durante cerca de una semana. Apenas vi a mi compañera o a su hijo, mejor dicho, nuestro hijo. Ella parecía evitarme, seguía enfadada conmigo. A mí me daba igual.

Tuve tiempo para disfrutar de las nuevas pinturas que el pintor había dibujado sobre los muros y paredes de la gran casa, hubo uno que me llamó la atención. Se veía a un padre devorando a uno de sus hijos. Esta obra no me pareció terrorífica, más bien liberadora, como si guardase relación con algo que reposaba en mi interior. Caminé y pedí consejo al coloso en múltiples ocasiones, no sabía cómo aproximarme a mi antigua compañera sin que ella huyera de mí. Él apenas me decía nada: "Busca aquello que a ella le mueve a actuar, y manipúlalo para que actúe a tu favor", me repetía todo el rato.

Un día, en un momento dado, se me ocurrió una posible solución. Ella mostraba compasión y piedad por aquellos que sufrían, así que decidí hacerme sufrir mucho para que ella me prestase atención. Me expuse en el patio central de la hacienda, y allí reposé desnudo mientras mi nuevo amigo, el niño-puerco, me golpeaba sin cesar. Al principio, el niño-puerco no parecía estar de acuerdo con mi idea, me pareció que no lo consideraba una pelea justa, pero acabé convenciéndole cuando le dije que me debía ese favor por ayudarle a salir de su miseria dulce en el corral fangoso.

Así estuve, sin pausa ni descanso, sangrando todo el tiempo, con la vista nublada, lleno de asfixia en mi garganta. La piel se me separaba de los huesos, los músculos me temblaban, mis dedos se enfriaban y agrietaban, ni siquiera tenía fuerza para cerrar mi descolocada mandíbula y llevar la lengua a su lugar. Como un vulgar perro babeante, sujeto a un pilar de piedra ya teñida de escarlata, allí era castigado por el niño-puerco. Aquel niño poseía una fuerza totalmente descomunal, no había bajado el ritmo ni reducido su velocidad desde que comenzamos con el ejercicio.

Miré a mi antigua compañera, quería ver si estos crueles actos podían hacer que ella se compadeciera por mí. Sin embargo, ella me ignoraba completamente. Estaba tan centrada en cuidar de su nuevo bebe que ni siquiera se había dado cuenta de mi tarea durante los últimos días. Enfurecí como nunca, estaba harto de perder el tiempo. Si el pecado no me era rebelado de forma pacífica se lo exigiría al destino a la fuerza, me levantaría por encima de las mareas y el oleaje del azar que controla las vidas de los hombres, y clamaría al cielo mi derecho de nacimiento. Si no se me daba lo que había venido a buscar, si no se me otorgaba mi razón para continuar allí, mataría al principal causante de esta demora en la obtención de mi objetivo.

El coloso fue inteligente, se dio cuenta de mi creciente ira. Me incorporé ignorando todas mis heridas y hemorragias, me separé de la piedra cilíndrica en la que había sangrado inútilmente, aparté de un golpe al niño-puerco que no se había dado cuenta de que ya había decidido abandonar aquella práctica, y caminé hacia aquel insufrible y débil bebé de mirada calmada. El niño-puerco intentó volver a atacarme, él estaba fuera de control, pero, con un solo golpe, lo mandé volando hasta una de las paredes del patio y lo dejé inconsciente. Aquella ira latente había despertado en mí una furia autodestructiva y muy poderosa, jamás me había sentido tan enfadado, y jamás me había sentido capaz de más cosas. El coloso, sin embargo, estaba por encima de todos los presentes.

El coloso me miró, entendió lo sucedido, y lo que yo pretendía que sucediera. Se levantó de su remanso de paz, y, con una maestría inigualable, me perforó el estómago con una patada lateral recta. Fui despedido hasta acabar golpeando cerca de mi amigo niño-puerco. El niño-puerco intentó atacarme de nuevo, lo cogí por el cuello y los asfixié con una sola mano. Me levanté como poseído mientras mi sangre se convertía en vapor, y solo con la idea de matar a mi propio hijo recién nacido, me lancé al ataque. Quería acabar con el coloso para poder luego matar al origen de mis pesares, pero, yo aún no era lo suficientemente fuerte. El coloso me agarró de la cabeza mientras intentaba colarme por debajo de su gran cadera y golpearlo en el nervio ciático de su pierna derecha, me levantó con facilidad, y detuvo una patada frontal que quise propinarle en el rostro. Acto seguido, me agarró el brazo izquierdo, y apretando con fuerza la mano con la que sostenía mi melena, me arrancó la cabellera entera como si despellejase un simple animal. Luego me agitó como si fuera un látigo, y me tiró al suelo haciendo que sonase el característico sonido de la carne chocando contra piedra lisa.

Caí rendido, había perdido mi batalla. Mi fuerza se desvanecía, y con ella, mi consciencia. Desperté tumbado en una de las camas de la casa del pintor, todo me dolía, y mis sabanas ya estaban empapadas de líquidos amarillos y rojizos. El pus se acumulaba bajo las vendas de mi cuerpo, la cabeza me hervía como una olla a presión, cada movimiento me hacía crujir y chasquear alguna articulación. Aun así, a pesar de todo esto y de todo lo sucedido, allí estaba ella.

Mi antigua compañera me miraba. Estaba sentada en una silla al lado de mi cama, y lloraba de felicidad por verme despertar. Ella había sanado parte de sus heridas y malformaciones, ahora había recuperado parte de su belleza, eso significaba que yo llevaba mucho tiempo inconsciente.

Pensando y lamentándome por el tiempo perdido, vi a mi propio hijo. Él ya podía andar y tenerse en pie con cierta dificultad, y me miraba con interés a través de una puerta ligeramente entornada. Algún día lo mataría, me hice esa promesa; algún día mataría al que me había hecho retrasarme tanto en mi meta y sentido de existencia.

7/9/2024

"El chico es tuyo..." Estas palabras, esta expresión, resonaron en mi mente como un fibroso filamento expuesto a una ventisca.

No comprendía cómo podía haber sucedido, ¿cómo podía yo ser el padre? Apenas había tocado a mi compañera, no recuerdo dejarme llevar por la atracción que ella me producía. ¿Pudo ser después de que ella me rescatara de la traición de aquel perverso gríllido? Fue en ese momento en el que expresé mis mejores sentimientos hacia ella.

Mientras dudaba sobre la veracidad de la escena presentada, mi antigua compañera dejó de mirar al bebe y me vio a mí. Me descubrió cerca de ella, intentando examinar en todo lo posible a la pequeña criatura, y se asustó mucho. Inmediatamente se levantó de la cama en la que reposaba, cogió a su bebe con más fuerza, y se alejó de mí todo lo que pudo. Ella permaneció de pie en la esquina contraria de la sala, con una expresión de miedo e ira me recordaba los males que yo le había causado. El coloso se acercó a ella y cubrió su desnudo, herido, y vendado cuerpo con un manto fino y cálido. Observé que, del movimiento repentino de mi compañera, había aparecido un profuso rastro de sangre en el suelo de madera. Deduje que ella había sufrido mucho durante el parto, sus heridas se habían abierto, el niño se había resistido a salir a esta pena oscura, y una gran línea de sangre bajaba desde sus órganos genitales recorriéndole el muslo y toda la pierna. Era una mujer fuerte, pero, si seguía estando interesada en salvar a otros antes que a sí misma, no me servía como compañera.

El pintor, mientras el coloso llevaba a mi compañera y su hijo a una sala más limpia y tranquila, se acercó y me dijo: "Es algo maravilloso. Un niño nacido en esta oscuridad. Sé que todo se tornará oscuro y sombrío, aquí siempre es igual. La pena negra no permite estos sucesos llenos de luz y bondad". Ya estaba harto, no me interesaban las simples profecías llenas de conjeturas y extrañas palabras. Yo tenía un objetivo, y ya había perdido mucho tiempo. Le indiqué a mi amigo el niño-puerco que debíamos irnos, y me preparé para marcharme de nuevo de aquella casa.

Cuando estaba en la entrada, listo para irme, antes de dar el primer paso, se me acercó el coloso. El coloso se posicionó en su lugar predilecto fuera de la hacienda, y me señaló el mismo sitio en el que me hizo sentar la otra vez. Yo experimenté la misma sensación que entonces, me senté entre los matorrales y me llené de paz. Solo cuando yo estuve calmado, el coloso me habló: "¿A dónde partes? ¿No te dijo el tomo negro que esta es tu próxima parada? Aún no has redimido el pecado que aquí se oculta, no se te mostrará el siguiente paso de tu senda hasta que completes lo que aquí debe suceder". No había caído en aquella verdad, las letras de las negras hojas se habían pronunciado; su mensaje era claro, mi siguiente parada era la casa del pintor. Pero, ¿significaba eso que debía expirar algún pecado en ese lugar? Tenía dudas, quería continuar con mi objetivo, pero no sabía qué es lo que debía hacer. El coloso volvió a hablar: "Para descubrir tu cometido en esta morada, deberás permanecer aquí unos días. Debes hacer las paces con aquella a la que heriste. Encuentra el sentido y la naturaleza de tu hijo nacido, y podrás avanzar en tu misión egoísta"

No me gustó la conclusión de aquella conversación, no deseaba relacionarme con mi antigua compañera, y mucho menos con esa débil criatura a la que llamaban "mi hijo". Ambos eran un estorbo, el niño era solo motivo de preocupación, y ella ya no era ejemplo de belleza o sensualidad. Sin embargo, estaba dispuesto a sacrificarme si con ello conseguía avanzar en mi meta. Si pasando tiempo con personas carentes de fuerza podía aumentar mis posibilidades de convertirme en un ser libre, entonces me dedicaría esos días al cuidado del enano desvalido y la sangrante mutilada.

6/9/2024

Mi nuevo amigo y yo, nos acercamos a la casa del pintor. El coloso ya no estaba donde lo vi por última vez, y tampoco veía a mi antigua compañera por ninguna parte. Entramos por la puerta principal, y estuvimos paseando un rato por los patios interiores hasta que el viejo pintor nos recibió.

El castigado sin motivo se acercó y nos dijo: "Veo que has regresado de acuerdo a lo establecido, quédate aquí hasta que yo te lo diga". El pintor parecía preocupado, pero también poseía una actitud inusualmente alegre. No sabía qué es lo que estaba ocurriendo dentro de las paredes, pero, sin tener apenas tiempo para elucubrar, un llanto de un niño interrumpió mis pensamientos. Era el sonido de un bebe recién nacido, de un varón que acababa de ver este mundo por primera vez.

Fui corriendo hacia la puerta por la que el pintor se había ido. Me metí dentro de una de las habitaciones de la gran casa, y busqué como un poseso el origen de aquel llanto. Sentí algo extraño mientras buscaba, era como si tuviera una necesidad apremiante por ver a aquella nueva criatura, como si aquel bebe guardara alguna relación conmigo.

Al fin lo encontré, en un dormitorio oscuro y húmedo, allí vi por primera vez la faz de aquel niño. El niño-puerco me había seguido mientras corría por los pasillos de la casa, y juntos vimos a quienes había en aquella estancia. Lavando algunos instrumentos y ordenando la sala estaba el gran coloso, que debía ir agachado para no darse golpes en el techo. Al lado del recién nacido estaba el pintor, que sonreía ampliamente mientras una lágrima se le resbalaba al mirar hechizado al bebe. Y, finalmente, sudando a mares, y con motas de sangre manchando su cada vez más desnutrida cabellera, estaba mi antigua compañera. Ella sujetaba a la criatura en brazos, sonreía complacida mientras sentía cómo el esfuerzo había estado a punto de hacerle perder el conocimiento. La luz del exterior se coló por la puerta que había dejado abierta, y como si esta enfocase a su predilecta, mi antigua compañera quedó alumbrada y bendecida por aquella esencia purificadora. Jamás había visto nada más bello.

Me acerqué a mi compañera, la miré de cerca, y recordé lo horrenda que era. La belleza se esfumó, y su hermosura desapareció cuando la luz se apagó y vi todas sus heridas, cicatrices, y magulladuras. Ella estaba absorta completamente por el nacimiento de su primerizo, no podía entender ni reaccionar ante nada que no fuera lo que acababa de parir. Ella no advirtió mi presencia, así que me acerqué con cuidado para mirar al bebe.

El niño tenía aspecto sereno y había dejado de llorar, sus ojos cerrados se parecían a los de su madre. Su cabello era ya muy largo y oscuro, su piel era pálida, y una sonrisa complaciente brillaba sobre su barbilla. Ese niño era hermoso, pero me alteraba su naturaleza calmada. Me asqueaba su debilidad, era igual de patético que mi antigua compañera.

El pintor se me acercó y me preguntó: "¿Has venido después de tanto tiempo para ver este nacimiento? ¿Creía que ella no te importaba?" No entendía de qué hablaba aquel viejo artista, solo me había ido durante un corto periodo de tiempo, y, ella, definitivamente no me importaba. No le di importancia, era uno de estos sucesos que no debían hacerme perder el tiempo. Yo tenía un objetivo, no podía retrasarme. Sin embargo, aunque yo quisiera ignorar la naturaleza y explicación de aquellos hechos, el coloso dejó lo que estaba haciendo y me dijo: "Amigo, caminante de la pena negra, llevas 8 meses lejos de esta morada. 1 de ida al corral del azúcar maldito, otro de vuelta a la casa de paz, y 6 que estuviste peleando sin descanso con tu nuevo amigo". Miré a mi amigo, el niño-puerco, intenté recordar cuánto se prolongó nuestro combate, y, sorprendentemente, aquellas cuentas me cuadraron. No podía creer que hubiera pasado tanto tiempo, pero, tampoco iba a lamentarme por el tiempo perdido. Quise decirle algo al coloso, él debía ser el padre de la nueva criatura, debió encariñarse con mi compañera cuando yo me fui. Quería felicitarlo y desearle suerte para luego poder marcharme en paz, pero, él se me adelantó, y pronunció estas palabras: "Presupones demasiado, el chico es tuyo."

Me quedé de piedra. "El chico es tuyo...". No pude reponerme tras esas palabras. "El chico es tuyo..." ¿Cómo había ocurrido eso? "El chico es tuyo, el chico es tuyo, el... chico... es... tuyo..."

Ahora comprendía la sonrisa de aquel bebe, y también cuál era el lazo que me unía a él.

5/9/2024

Otro puño salió disparado del fuerte niño-cerdo, lo esquivé de nuevo por los pelos. Aquel chico era muy rápido, sus pies danzaban con agilidad, y sus manos eran veloces como chispas. Su rostro se encontraba en un punto intermedio entre la discordia y la seriedad. Sus ojos eran fieros, pero su expresión era relajada.

Tras un intercambio de golpes y agarres formidables, el niño-cerdo consiguió derribarme y hacer que me rindiera. Salí rápidamente del maloliente corral, y me puse a descansar. Mientras entrecerraba mis ojos, y sentía las fuertes palpitaciones en mis irritadas manos, el rey de púrpura y dorado me dijo: "Ese chico es más fuerte que tú. Deberías procurarte un aliado. Él se ha ganado que lo saques a la fuerza de su adicción desesperante". Alcé la vista para preguntar cómo podría yo hacer tal cosa, quería saber de qué forma podía yo sacar a aquel niño de su asqueroso corral, pues, él era más fuerte de lo que yo jamás habría imaginado. El rey, sin yo decir nada, adivinó mis pensamientos, y me contestó: "Los deseos de este niño son simples y sinceros, quiere quedar libre de su dependencia al azúcar. Muchas veces ha intentado oponerse a esa necesidad, pero su carne es débil, y su constancia es corta. Solo propónselo, él aceptará dejar este lugar. Pero, no lo acerques aquí de nuevo, pues volverá a recaer."

Comprendí lo que el rey me explicó, esa sensación que me había descrito sobre aquel chico me resultaba fácil de imaginar. Entré de nuevo en el corral, el chico con el que me había peleado estaba ahora tragando fango azucarado mientras lloraba por su debilidad mundana. Me acerqué, y, él, para no sentirse tan mal por su propia adicción, me ofreció un poco de la tierra que comía. Yo la acepté, me puse un buen puñado en mi boca, y después de saborearla con insistencia, la escupí delante de él. El chicho comprendió entonces lo fuerte que yo era, vio en mí un ejemplo a seguir. Me había gustado mucho el placer de tomar aquella estimulante sustancia, pero yo no era libre, así que poseía el poder de oponerme a mis deseos personales si contradecían mi objetivo principal. El chico se levantó, y apoyándose sobre mí, consiguió salir del fango y abandonar los límites del corral.

El rey, complacido por el resultado de los acontecimientos, sacó de sus ropajes una esfera llena de afilados pinchos, y la apretó para que saliera sangre de su mano. Puse el tomo negro sobre el chorro rojizo, y nuevas letras aparecieron en las densas y negras hojas: "Los débiles adictos a las sustancias de insustancial materia, aquellos llenos de contradicción por su autoproclamada libertad de libertinaje, son redimidos por la sangre de su más noble cuidador. Ahora su tiempo pasa para siempre, ahora que el caminante de la pena negra ha sido derrotado por alguien más fuerte que él, ahora es el momento para regresar a la casa del atormentado pintor".

Leí con atención las oraciones de sangre, y supe que debía regresar a la casa en la que había dejado al coloso y a mi compañera abrazándose. Pero, antes de partir hacia aquella pacífica edificación, vi cómo el corral de melaza y suciedad desaparecía en la profunda oscuridad. Me volví para ver si el rey desaparecería también, pero no fue así. El noble gobernante me miró con una amable sonrisa en el rostro, y me dijo unas últimas palabras: "Amigo, que has liberado a mi hijo, me marchó ahora para que mis males de excesiva simpatía no te afecten. Yo permanezco en pecado, jamás volverás a verme. Por esto, una cosa más he de pedirte. Lleva contigo al oponente que te ha derrotado, ambos aprenderéis del tipo y clase de fuerza que el otro posee". Acto seguido, tras pronunciar estas palabras, se fue caminando y se perdió en la infinita oscuridad. El niño-cerdo y yo nos miramos, él no dijo nada, y yo tampoco. Al lado de aquella bestia sentía algo que aún no había experimentado, sentía miedo, que era algo totalmente desconocido para mí. Mientras caminábamos hacia la casa en la que habitaba el pintor, constantemente estuve mirándole de reojo por si decidía atacarme.

No fue así, no me atacó, y ambos llegamos sanos y salvos a los comienzos de los sembrados que anunciaban la morada del artista colérico y castigado. Antes de seguir avanzando, pensé en la naturaleza de la relación que llevaría con este nuevo acompañante. Él era más joven que yo, bastante más, y parecía poseer un nivel de razonamiento y una capacidad intelectual muy inferiores a los míos. Pensé que seríamos mutuamente convenientes, él para mí, y yo para él. Ambos podíamos beneficiarnos de la naturaleza del otro.

En ese momento lo decidí, aun con sus defectos y necesidades animales, aquel chico sería mi amigo. Aprendería de él lo que pudiera, y luego, cuando ya fuera más débil que yo, me desharía de él del mismo modo que con mi antigua compañera. Claro, esto tenía mucho sentido, ¿por qué iba a esperarse de mí otra cosa? ¿Para qué sirven si no los amigos? Yo estaba convencido de una verdad absoluta: ¿Qué sentido tenía hacer amigos que fueran más débiles que tú? ¿Qué sentido tenía hacer amigos que no pudieran enseñarte nada? ¿Qué sentido tendría entonces que TÚ conozcas la amistad cuando seas el más fuerte de todos?

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“Que tus actos sean causa, no causados”
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