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Escarceos

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26/7/2024

Una niña heredaba la malvada y despótica compañía de su anciano padre. La niña nunca se preocupó por la explotación y acoso que su padre practicaba a diario con sus empleados, pero empezó a darse cuenta de los crímenes de su padre cuando fue nombrada presidenta de la compañía. Los empleados la comprendieron y perdonaron, y enseguida establecieron una relación simbiótica donde todos se beneficiaban del iluso consumidor. La niña creció y acabó comprando más empresas, pero un arco de piedra pasó sobre su cabeza, y se revelaron sus verdaderos y oscuros secretos.
La mujer, anteriormente niña, aceptó de mala gana que todos conocieran sus asuntos ocultos, así que fue a consultar a un viejo amigo de su padre. Las olas del mar la recibieron y la acogieron en su morada, allí le susurraron, y mientras le gritaban, que debía destruir el arco de piedra. Le dijeron que el arco de piedra era de madera en el interior, y que debía prenderle fuego para que ya nadie pensase mal de ella.
La joven presidenta contrató a unas hermosas bailarinas para que quemasen el arco en secreto, pero estas no podían soportar los pitidos de la música dentro de sus cabezas, y quemaron el arco a plena luz del día; todos vieron las intenciones de la joven presidenta. Todo el mundo fue comprensivo con ella, nadie le criticó, pero el peso en su mente era muy superior a su intelecto. Una noche, la presidenta sucumbió al dolor y al sufrimiento y realizó uno de los peores actos que uno podría imaginarse: Adoptó a un niño tuerto que había sido amamantado con los senos de una hembra gorila.
El hijo, como es lógico, estrangulo a su nueva madre cuando intentaba darle un pedazo de pan cubierto de lombrices. Sorprendentemente, este suceso hizo que los pitidos musicales en las mentes de las bailarinas se detuvieran para siempre. Estas últimas, agradecidas, acogieron al perturbador infante, y dejaron la empresa de la joven presidenta en manos más competentes. Pero el niño regresará algún día, vendrá de nuevo y reclamará lo que le pertenece por derecho sucesorio.

25/7/2024

Dos amigos que vivían cerca el uno del otro, ambos con familia y ambos viudos. Uno era un gran cazador de bestias nobles, el otro era un humilde zapatero. Eran buenos amigos y acostumbraban a pasar el tiempo juntos. Por la localidad donde vivían se extendió el rumor de que ambos eran pareja, de que en la soledad mutua habían encontrado consuelo en su semejante. Una visión que la sociedad del momento contemplaba como algo que rozaba lo divino. Fue tal el entusiasmo por esta nueva unión, que los dos hombres recibieron enormes regalos dolorosos por todas partes. Para ellos, la pareja, era algo antinatural, no sentían ese tipo de atracción; pero sus vecinos les cantaban cada mañana con voces blancas y agudas.
Por una violación del pasado, un joven trastocado no consiguió liberar su mente de los pensamientos que lo recorrían a diario. Se acercó a la falsa pareja del zapatero y el cazador, y después de hacerles sufrir por lo que se decía que eran, los mató y se los comió mientras aún gritaban.
El joven mostró a los vecinos lo que había hecho, y pensaba que ahora lo venerarían a él, pues había consumido aún más depravación que la pasada falsa pareja, pero no sucedió eso. Los habitantes decidieron impartir su propia justicia: replicaron la escena de la creación del Cuarto, y se turnaron el débil y magullado cuerpo del joven trastocado. Predicaron con el ejemplo, y el ejemplo llevó a la participación de los hijos menores de las casas mayores.
De esa zona emergían gritas de agonía y placer, y de esos quejidos nació la necesidad de cambio. El cambio, la mutación, se manifestó en forma de ciervo. El ciervo, sin piel y cubierto de sangre pálida, lamió a todos los depravados habitantes y se llevó sus almas al peor de todos los paraísos. Allí fueron engañados, y pensando que habían obrado justamente, quedaron por siempre esclavos de ser constantemente felices.
No llegará ningún momento de redención para nadie que no quiera ser redimido, estos no eran conscientes de sus faltas, y por su inconsciencia permanecerían malditos.
Terminada la tarea y objetivo de existencia, el ciervo ensangrentado se quitó la vida tirándose de una montaña con un pico de cristal, los animales comieron sus restos, y ahora todo ser viviente conoce por instinto, y no por memoria, lo que jamás debe volver a suceder.

24/7/2024

Un hombre de pelo naranja mira sonriendo, impasible, como se ha condenado a muerte a un hombre negro. Se le asesina brutalmente, se le cuelga de un largo palo de madera vieja, pero no se derrama ni una gota de sangre. El hombre negro no tenía sangre en el cuerpo, no estaba muerto antes de que se le quitase la vida, simplemente no corría por él la sustancia rojiza que tanto nos agrada oxigenar al aire libre. Mientras tanto, un grupo de jóvenes ríe mirando un punto en el suelo de mármol. Se llevan las manos a la boca unos instantes, y luego vuelven a reír a carcajadas; como si fuera el suelo el que les estuviera mostrando algo que cambiaba de naturaleza constantemente. Un trozo de queso salió de la boca de la mujer que más se reía, lo colocó en medio de todos, y muchos lo alabaron porque pensaron que había sido una obra incomprensible.
Estos sucesos dieron pie al estudio de los incomprensibles, y los que comprendieron perdieron la cordura. Eso pensaban los que aún no comprendían. Pues, al no comprender, no comprendían a los que sí comprendían lo incomprensible. Una mujer que no comprendía miraba con seriedad a un hombre petrificado por el conocimiento. El hombre mirado por la mujer era alto y llevaba dos monóculos, uno de plata y otro de cobre. Este último había perdido la capacidad de reaccionar ante nada por lo que se le había revelado. El hombre paralizado sentía en su cabeza una danza eterna entre dos fuerzas de color índigo, como dos animales que se libran de la fuerza que los une a su mundo, y que ahora pelean mientras se dan la espalda en la inmensidad del cosmos.
Los que no comprendían murieron en poco tiempo, los petrificados quedaron estáticos por siempre, pero los que comprendieron y también pudieron moverse fueron los que reinaron en todo el mundo. De ellos nacería una nueva tribu de hombres vestidos con túnicas y cascos plateados. Tanto en el pasado como en el futuro, esta nueva estirpe sería alabada.
Las olas de piedra hirviendo consumieron a los hombres vestidos de plata, ahora solo aparecen en mitos y leyendas. El último de ellos devolvió el movimiento a los hermanos que habían quedado petrificados hacía ya tanto tiempo. Los condenó a vivir en la ignorancia, pero ahora serían de nuevo libres para repoblar la Tierra.

23/7/2024

Existieron dos torres hechas de arena y ladrillo blanco. La primera era el hogar de todos los niños y niñas recién nacidos. En la segunda moraban las tumbas de aquellos que morían. Un niño de sombrero blanco y ojos tiernos nació en la primera torre, pero nadie vino a recogerlo, así que vivía en el mismo lugar en el que nació. El niño sería el padre de aquella con la que me casaría, él ya sufría por ello, pero era imposible que supiera esto. Pestañeaba sin cesar, como si tuviera algo en el ojo, pero nadie le ayudaba a quitárselo. El padre del niño, el abuelo de mi amada, era de tierras lejanas. El padre no comprendía dos cosas: por qué su mujer lo abandonó, y que era lo que molestaba tanto a su pequeño niño. El padre frecuentaba lugares comunes pero desolados, conocía a un depravado que tenía hijas con inmigrantes ilegales. Este le daba malos consejos, y le mostró el camino de la deshonra y el abandono del alma. El padre del niño que parpadeaba se perdió en lo profundo de su ser animal. Una de las concubinas del nefasto amigo del padre recogió al infante y se lo llevó para cuidarle. El niño no comprendía gran cosa, pero el dolor de sus ojos no cesaba, y cada vez parpadeaba más y más rápido. La mujer que recientemente lo había adoptado se cansó de aquella extraña conducta del niño. Lo envío lejos de su vida, y lo vendió para que otros abusaran de él. Por fortuna, el padre del niño no paró de rezar. El padre se enfadó, pues sus rezos no tenían respuesta. El niño estaba ahora lejos, y el padre se maldijo eternamente por no haberle prestado más atención. El padre murió, y el niño creció. La ternura del último desapareció, y dejó de parpadear. En su lugar, su mirada se tornó fría y sin vida. Pero, para olvidar toda su desdicha, el niño, ahora hombre, concibió a una hija que tuviera su mente ocupada. Me desposé con la mujer en la que se convirtió la niña del niño. Intenté hacer algo por la mente de aquel niño del tren, el que no paraba de parpadear, pero fue inútil. Hice feliz e infeliz a su hija, pero él jamás volvería a recuperar su ternura. Conseguí que le gustara el baloncesto, solo un poco. Supongo que hasta la ternura puede enfriarse si nadie se preocupa por ella. Mierda. El padre no era de tierras lejanas. Creo que al final el niño no pierde la ternura, me alegro.

22/7/2024

Estaba tumbado al sol, mirando al cielo despejado. Me reuní con muchas otras personas en el lugar donde todos volaban. Me sentí calmado, como si nada ni nadie me importaran. Intenté adoctrinar a algunos, quería enseñarles cosas que yo comprendía y ellos menospreciaban. Ninguno pudo entenderme. Seguí caminando por los largos pasillos del edificio, actuando como la sociedad quería que actuase. Estuve pensando en mi futuro, en como envidiaba a aquellos que eran capaces de obedecer sin hacerse preguntas. Escuché a Mozart. En esa soledad, él fue una especie de paliativo. La 40 es mi favorita. Luego vino a mí un hombre de esplendorosa armadura, una muy desgastada y usada en muchos combates. No pude ver sus ojos, pero sus palabras me inspiraron para dejar a un lado mi agonía. Me mostró a una pareja de ancianos, horroroso y tremendamente débiles, pero felices. Luego me hizo ver a una familia de gordos, patéticos y llenos de sueños sin cumplir, pero igualmente felices. Por último, me presentó a tres hermosas mellizas que sonreían a todas horas, y me contó que ninguna de ellas encontraría jamás el amor. Me dijo que nadie quería tener una mujer si no era en exclusivo, y que, al haber tres idénticas, su valor se reducía en una proporción de 3 a 1. El hombre de la armadura se marchó con un rítmico sonido de un xilófono, y mientras recordaba su semblante, se me presentó la verdad. Esta última, traída por la canción de las tormentas, la que suena en el molino, se me mostró clara y diáfana. La verdad me decía que no debía ocuparme de mí mismo, que debía vagar por este mundo como un ente sin interior. Que solo así podría centrarme en mi verdadero propósito, hacer que los demás tuvieran un bienestar equilibrado.

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“Que tus actos sean causa, no causados”
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