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Escarceos

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21/7/2024

Un pequeño perro corría por un ancho desierto. Corría jadeando y alegre, como si se hubiera escapado de algún mal que lo atormentaba. Dejaba huellas en la húmeda tierra que pisaba, y su aroma sucio inundaba el aire de los verdes campos.
El perro siguió corriendo mientras observaba las nevadas montañas que lo rodeaban. Se sintió aprisionado, como si los altos montes se acercasen cada vez más. Cerró los ojos y descubrió que estaba sumergido en uno de los más bellos mares. Nadó sin necesidad de respirar, pero empezó a sentirse en un estado anormal, como si su cuerpo se diluyera en el agua dulce de aquel lago.
El perro sacó la cabeza fuera del agua y se descubrió flotando en el espacio. Levitó entre estrellas y astros hasta que el cansancio lo venció. Cuando su cuerpo no soportó más la oscuridad del universo, cayó al mundo envuelto en llamas. Y el mundo lo adoró como si fuera una gran calamidad que debían temer.
El perro sosegó sus flamas parándose bajo la lluvia de las selvas. Allí conoció a una palmera, una palmera que le hablaba para que él obedeciera. La palmera murió por manos de una niña, y la niña murió al morder al pobre perro que se había escondido tras las rocas de aquel acantilado.
Barro, todo se convirtió en barro. Los ojos del perro se pudrieron con el paso del tiempo, y todo lo que olía era triste tierra removida con heces. Alguien agarró al perro, y el perro se dejó llevar. Sirvió como guía de un hombre sordo, que quería a un perro ciego para que le ayudase en su andar.
El perro se hartó de su servidumbre, renegó del hombre que lo había adoptado, y mató a todos los hijos bastardos que había tenido con las perras que el hombre le traía. Se escapó de la siniestra tundra en la que convivían, y partió hacia las tierras de los grandes insectos.
Cuando llegó a la tierra soñada no encontró más que polvo y ceniza. Satanás se había llevado las almas de todos los que allí moraban.
El perro aprovechó la muerte que se había asentado en ese reino, y se proclamó emperador de todo lo conocido y por conocer. Más, peco de incauto. Un día, mientras sus siervos le servían, se atragantó con una brasa candente. Murió en el acto, por culpa de un minucioso plan, que una de sus pasadas concubinas había tramado. No se recuerde a este perro, pues su ejemplo es tentador de seguir, pero nefasto en consecuencias. Permanezca callado todo el que entiende de esta estirpe, y mueran todos aquellos que aún portan su sangre.

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“Que tus actos sean causa, no causados”
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