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Escarceos

Página 1

10/8/2024

Todas las flechas apuntan a las tiendas que promocionan, todo el dinero y materia se gasta en los comercios cercanos. Nada escapa a ese vórtice. Esa espiral de posesiones consume a la sociedad como llamas al carbón. Todos viven sin saber que sus vidas ya estuvieron pensadas antes de nacer, que no son más que un simple porcentaje de una gran estadística que siempre se cumple. El problema es la naturaleza humana, simplemente no hay por donde cogerlo.

No me molestaría si este mal estuviera reservado a los incompetentes y poco disciplinados, pero también afecta a los más fuertes de la sociedad humana. Ven sus opciones coartadas por este motivo, porque el dinero se manipula y somos extorsionados sin percatarnos. Nacemos en las cloacas que acumulan la mierda de otros, nos peleamos por sus excrementos pensando que están hechos de oro, pero nadie se atreve a salir al exterior del mundo que conoce. Los de fuera te mienten y te asustan para que no salgas, para que sigas trabajando con el constante temor de saber que puedes perder lo poco que tienes.

Pero, si uno consigue salir de las cloacas, si uno realiza una peregrinación para ganar la fuerza que le arrebataron en su crianza y educación. Y, sobre todo, si lo hace en secreto y silencio, estará germinando el comienzo de una gran amenaza para el sistema. No es necesaria la violencia, tampoco la guerra o las sublevaciones, basta con ser mejor que tus contrincantes. Solo necesitas aparentar debilidad y miedo toda tu vida, para luego mostrarte tal cual eres. El impacto por el contraste será tan grave, que tus enemigos simplemente no podrán reaccionar. Entonces, si no has practicado lo suficiente en el arte de causar miedo en otros, te verás sobrecogido por este nuevo poder, y te convertirás en uno de los que manda por encima de las cloacas. Sin embargo, si has sufrido en exceso, si has logrado vencer al miedo de la misma muerte, ese poder no te sorprenderá y podrás cambiar el mundo.

No hables con nadie, no te relaciones, no sientas nada. Apaga toda luz en tu interior, que del todo no te importe nada. Deja de ver lo que otros hacen, deja de escuchar lo que otros componen, deja de sentir lo que otros te explican, deja de pelear con males que no estén en tu interior. Alcanza este estado, este estado de impasibilidad y autodestrucción irrefrenable, y todos te mirarán mientras les pasas por encima. Pero has de ser perfecto, perfectamente cruel contigo mismo. No debes dejar nada de placer/felicidad/paz en tu vida, debes desquiciarte mientras te castigas día a día.

Haz esto, enemigo mío, y me sentiré orgulloso de pelear contigo hasta la muerte.

9/8/2024

Bien, ahora en serio, vamos a hacer algo más conmovedor. Estoy harto de escribir lo primero que se pasa por mi mente. Eso escuchó este niño antes de que le sacasen de su hogar.

Un niño nació en un puente de trenzados de metal, desde siempre pensó que su tarea era la de comprobar que nadie malvado cruzaba el puente. Hasta ahora no había tenido problemas en su misión, todos los que querían llegar al otro lado parecían simpáticos y amables.

Un día llegó al puente un hombre con prendas lujosas, y con anillos relucientes en los dedos. El hombre le dijo al niño que debía cruzar el puente, el niño le preguntó para comprobar la naturaleza del hombre: "¿Matarías a un hombre de tu edad para salvar tu propia vida?". El hombre le contestó: "Sí, si es para salvar mi vida, sí". Entonces el niño cerró el acceso al puente y no permitió pasar a aquel hombre. El hombre se preocupó mucho, y le dijo al niño que debía pasar para atender asuntos importantes. El niño le explicó al hombre que solo podía dejar pasar a personas de buena moral. El hombre, comprendiendo la norma del niño, se marchó pensativo por un estrecho camino de piedra rosada.

Al cabo de unos días, el mismo hombre regresó vestido con telas livianas y con las manos sucias de tierra. Se presentó de nuevo al niño, y le dijo: "Ya soy una persona de buena moral, déjame pasar". El niño le dijo: "¿Matarías a una mujer de tu edad para salvar tu propia vida". El hombre dijo: "Sí, de nuevo, mataría a una mujer para salvar mi vida". Entonces el niño volvió a negarle el paso. El hombre dio media vuelta, tomó el camino de piedra rosada, y se perdió en la lejanía.

El hombre regresó una tercera vez, esta vez desnudo y con sangre en las manos, y le dijo al niño: "¿Puedo ya pasar? Estoy seguro de que ya soy una persona de buena moral". El niño le preguntó: ¿Matarías a un niño para salvar tu vida? El hombre dudó unos segundos, y después de toser y estornudar por el frío que le causaba estar desnudo, contestó: "Aunque me duela, si es para salvar mi vida, debería matar al niño". El niño del puente enfureció y le dijo al hombre que no volviera a presentarse, que jamás le dejaría pasar. El hombre se marchó muy triste, se fue tosiendo por el camino de piedra rosada. Mientras se marchaba, el niño lo vigilaba desde lejos. Fue entonces cuando el niño vio como el hombre se detuvo, y alguien le daba un pequeño pañuelo de seda blanca.

El niño se fue de inmediato a ver quién había ahí. Era una mujer anciana que estaba sentada a uno de los lados del camino de piedras rosadas, desde el puente que él vigilaba no podía verse a aquella mujer porque unos matorrales la tapaban, así que nunca había advertido su presencia. Cuando el hombre que intentaba cruzar el puente se marchó de las cercanías de la anciana, el niño se fue a hablar con la anciana. "¿Quién es usted?", preguntó el niño. La anciana no contestó, parecía enfadado con el niño. En ese momento el niño se dio cuenta de algo: los ropajes de la mujer eran los que había llevado el hombre los días anteriores, la mujer vestía elegantes y costosas prendas, y sus manos estaban decoradas con inmensas joyas. ¿Quién es? ¿Qué hace aquí?, volvió a preguntar el niño. La mujer contestó esta vez: "Niño, ¿por qué piensas que tienes derecho a juzgar quién debe cruzar el puente trenzado?" "¿Sabes a caso quién era el hombre al que has acusado de tener mal moral?". El niño preguntó: "Dígame, ¿Acaso debería haberlo dejado pasar?". La anciana comenzó a relatar: "Ese hombre era un justo gobernador de tierras lejanas, quería cruzar el puente para ver a su hijo nacer en el palacio donde su esposa espera embarazada". "No me importa, no era de buena mor...", intentó decir el niño. "No me interrumpas", le dijo rápidamente la anciana, y luego continúa narrando: "Cuando pasó por aquí la primera vez le pedí un favor. Yo no puedo ya andar, pero necesitaba hacer llegar un mensaje al otro lado del puente. No tengo dinero ni para contratar a un mensajero, además, por este camino no pasa mucha gente, 2 o 3 personas cada mes como mucho; así que le pedí que él llevase el mensaje por mí". El niño pareció mostrar algo más de interés por lo que contaba la anciana. La anciana continuó: "El mensaje era para mi familia, para aquella que dejé abandonada al otro lado del puente hace ya tanto tiempo, debía advertirlos de qué en esta tierra había un maleante que planeaba ir a quemar sus hogares y a asesinar a todos los que compartieran mi apellido." La anciana hizo una pausa y luego prosiguió: "Él aceptó mi petición, y no contento con eso, cada día que pasaba a mi lado me regalaba todas sus prendas. Yo he fingido haberlas perdido todas para que así cada día me diera unas nuevas. Porque yo sí que no merezco cruzar el puente trenzado, pero él sí que lo merecía. He oído cómo le preguntabas a diario, y el único motivo por el que decía que debía salvar la vida era para poder llevar mi mensaje a mi familia, aunque, en realidad no creo que hubiera sido capaz de matar a nadie..." El niño pensó unos instantes sobre esto, y después de meditarlo, decidió que dejaría pasar al hombre para que pudiera llevar este mensaje y para que pudiera ver a su hijo nacer.

El niño comenzó a marchar por el camino rosado, después de haber dado uno o dos pasos, la anciana le dijo: "¿A dónde vas?". El niño le contestó: "Usted es una mala persona, jamás pasará el puente. Pero yo sí poseo buena moral, y sé rectificar cuando he cometido un error. No debería haberle hecho pasar por estos males a ese buen hombre". La anciana sonrío placidamente como si supiera algo que el niño no. "Niño insolente, que te crees mejor que los demás, ¿por qué no dejas de prestarme atención y miras delante de ti? El niño posó sus ojos sobre el camino de piedra rosada, siguiendo las inquietantes indicaciones de la siniestra anciana, miró hacia delante buscando al hombre al que ahora conocía mejor.

El niño vio al hombre desnudo en el suelo, se acercó corriendo para ayudarle, pero ya era demasiado tarde. Intentó incorporarlo, pero solo consiguió que el pañuelo de seda que llevaba en la mano se cayera al suelo. El pañuelo estaba lleno de manchas de sangre, y también los labios y la barbilla del hombre. Aquel buen hombre había caído enfermo por el frío de aquella tierra, sus últimos pasos fueron tristes y en la dirección opuesta a donde deseaba dirigirse. El niño puso su oído sobre le pecho del hombre, y verificó la terrible realidad. El hombre estaba muerto.

A partir de ese día el niño no hizo más de juez en el puente, intentó asemejarse al hombre que había dado su vida por una desconocida anciana que solo pretendía aprovecharse de él. La anciana murió al poco tiempo por otra enfermedad, y el niño la enterró perdonándole sus errores, pues eso es lo que habría querido el hombre que murió desnudo. La familia de la anciana fue advertida por el mismo niño, y desde la lejanía, el niño creció espiando a la familia del hombre muerto. El niño se aseguró de dedicar su vida a pagar por el error cometido, y estuvo siempre pendiente de cualquier mal que pudiera atormentar a la mujer e hijos del honorable gobernante que murió en el camino rosado.

8/8/2024

Existió una vez un robot que vino del futuro, su objetivo era el de conocer los secretos de la conducta y comportamiento humanos. Pero, conmovido por las penurias que descubría en muchas vidas, comenzó a usar su experiencia y comprensión para ayudar a los demás. Por extraño que parezca, el robot entendió que hacer felices a los humanos le hacía sentirse bien. El robot no comprendió su propia programación, él pensaba que su destino se limitaba a cumplir con su fría misión.

El robot fue enviado desde el futuro por un gran científico y programador. La sociedad del futuro se había descompuesto hasta el punto de que las personas ya no se relacionaban entre sí. Todos vivían en paraísos de mentira construidos en sus propias mentes, les daba igual saber que aquello era falso, solo buscaban el bienestar momentáneo e inmediato. El robot fue enviado a nuestro tiempo presente para averiguar cuál era la razón de ese comportamiento en los humanos del futuro, estudiaría las motivaciones de esta sociedad para poder arreglar las de las siguientes.

Nada más llegar a este tiempo, el robot contactó con uno de los antepasados de su creador, un joven que vivía solo. El joven intentaba comprender por qué todo le parecía insulso y sin sentido. Recibió al robot sin creerse nada de lo que le decía, no mostró interés por ninguna de sus dotes y particularidades, y le dejó convivir con él sin que esto supusiera nada estimulante. Era tal el aburrimiento del joven, que lo único que hacía era pasearse por las estancias vacías de su piso mientras meditaba sobre su propósito en la vida.

El robot comprendió rápidamente la sociedad humana del momento. Se sirvió de los medios de comunicación y de diversas redes sociales para comunicarse con humanos, de estos pudo aprender todo lo que requería su objetivo. Habiendo terminado con su meta, el robot pensó que pronto sería regresado al futuro, pero no fue así. El robot se vio obligado a deambular por nuestro tiempo durante muchos años más, hasta que algo acabó con su existencia.

El joven que lo había acogido se hartó de su aburrimiento. No conseguía hacer nada de lo que se proponía, y odiaba su propia libertad, pues por culpa de ella siempre incumplía su voluntad. Envidiaba al robot con el que convivía, pues no era libre y siempre cumplía con lo que estaba previsto. El robot no era consciente de los sentimientos e intenciones del joven, era el único humano al que no había podido encontrarle algún tipo de sentido. Por alguna extraña razón, aquel joven no encajaba en todo lo descubierto por el robot. Todo esto concluyó en un violento ataque nocturno.

Una noche, el joven destrozó en cientos de piezas al amable robot. Con sus propias manos lo descompuso y luego sonrió. Entonces recordó esa antigua película de Michael Caine, esa en la que todo transcurre en un mismo escenario. Se acordó de la escena final, y pensó que él debía morir del mismo modo que el joven de esa película.

Y así planeó su muerte, pero se reservó ese evento para dentro de mucho tiempo. Para cuando su presente se cruzase con el futuro.

7/8/2024

Había una caja de metal rojizo con un hombre dentro. El hombre llevaba una máscara de mujer y una larga túnica de color negro. Estaba preso en la caja roja, pero, se entretenía tocando acordes en una pequeña guitarra. De vez en cuando, para acompañar a los acordes, intentaba cantar alguna canción; pero pronto se detenía. La razón de esto era que le daba vergüenza cantar en alto, él sabía que poseía una espléndida voz, pero no quería arriesgarse a que todos se rieran de él. Esto era un sinsentido, pues no había más gente dentro de la caja roja.

Un día, una cucaracha se coló dentro de la caja roja, se había sentido atraída por los melodiosos sonidos que el hombre enmascarado producía. La cucaracha recordó que una vez escuchó esos mismos acordes. Los escuchó de un hombre gordo y barbudo que siempre iba muy limpio y sonriente, de uno que se decía era el padre de ese género musical. La cucaracha, recordando el placer que sentía al oír aquella buena música, intentó mostrar al hombre enmascarado como tocar mejor. Sin embargo, el hombre dentro de la caja roja no le hizo caso. El hombre enmascarado prefería seguir tocando siempre lo mismo para no arriesgarse a hacer el ridículo. Con tal de no fallar nunca, ese hombre repetiría una y otra vez la misma pesada melodía.

La cucaracha no se dio por vencida, salió de la caja tan fácilmente como había entrado, y se puso a buscar a aquel que sabía que podía hacer entrar en razón al hombre de la caja roja. Estuvo buscando durante mucho tiempo al hombre gordo y barbudo que le enseñó a amar ese tipo de música, recorrió grandes distancias, y, al fin, lo encontró. Lo halló en un cementerio, acababa de quitarse la vida delante de la tumba de su difunta esposa. La cucaracha se puso triste, pero luego se percató de la presencia de alguien más. Cerca del cuerpo del hombre gordo y barbudo había un adolescente de ropas de cuero desgastadas. La cucaracha habló con el adolescente, este le dijo que el hombre barbudo era su padre, y que había dejado esta vida pensando que ya nada tenía importancia. El joven le dijo que a él le daba igual, que su padre le enseñó su afición por la música antes de morir, y que, aprenderla con veracidad, le hacía ser impasible ante ese tipo de situaciones.

Siendo así, la cucaracha convenció al adolescente para que le acompañara a la caja de metal roja. El adolescente tocó delante de la caja para que el hombre enmascarado pudiera oírle. La cucaracha se metió de nuevo en la caja roja, y le mostró al hombre enmascarado cómo apreciar aquella buena música. El hombre del interior de la caja se dio cuenta de sus errores, y desde entonces no dejó de tocar complejas y diversas melodías.

Con el tiempo, el hombre enmascarado y el adolescente se hicieron amigos. Ambos tocaron sin detenerse jamás por nada, y, mientras, la cucaracha iba reuniendo a viajeros y peregrinos para que hicieran de público. La cucaracha no pedía un pago por la actuación de los dos maestros, solo, que cada vez que pasasen a escuchar tocasen con gentileza la caja roja. Fue tal la cantidad de gente que vino a escuchar las bellas canciones, que, en unos pocos meses, las repetidas caricias a la caja abrieron un boquete por el que el hombre enmascarado pudo escapar.

Una vez el hombre de dentro de la caja hubiera salido al exterior, el dúo se fue de gira por todo el mundo. Y así terminaron, la cucaracha y los dos humanos, convirtiéndose en los mayores músicos de toda la historia.

6/8/2024

El otro día me abrí la cabeza, gotas de sangre caían por mi frente mezclándose con el sudor de la misma. Había realizado un ejercicio de resistencia, estaba tan concentrado que no me di cuenta de mi herida. Cuando me miré en el espejo de mi estrecho cuarto de baño, en ese momento, fue cuando lo supe.

Me estaba dejando ir demasiado lejos, si continuaba por aquel camino acabaría por autodestruirme. Terminaría muriendo por mi propia mano, yo sería mi mismo final. Pero, ¿quién más fuerte que yo como para ser mi verdugo?

Ese era mi niño interno. Le han dicho cuál será su destino. Estará solo mucho más tiempo del que ya ha estado, se perderá una y mil veces, y cada día sufrirá por no ser perfecto. Se le ocurrirán historias y fantasías, pero todas están reservadas para el futuro, pues en el presente no le ha tocado vivir más que tragedias y aburrimiento. El niño se martirizaba con falsas amistades y charlas inútiles, llenando su día a día con escenas vacías. Escuchaba música, demasiada, siempre pensando en cuál quedaría bien para su funeral.

La soledad se apoderó de él, nadie lo advirtió, y a nadie pareció importarle, pero el niño fue perdiendo su emoción. Emoción y sentimientos ya perdidos, el niño se entrenó para revelarse ante aquellos que decían amarlo, para mostrarse con algo de felicidad. Todo era fingido. Lo único que el niño deseaba era morir, descansar de una vez por todas. Que se le permitiera no continuar con su meta en la vida, con esa meta a la que estaba encadenado porque sabía que era pura y acertada.

El niño murió tres veces, pero solo la última sería cierta. Cuando ese momento llegase, el niño ya no querrá morir, pues habrá encontrado que todas sus penas eran infundadas. Cuando el viento negro haga ondular sus cabellos, el niño no tendrá miedo, pero pedirá por más tiempo par ver mejor cumplida su meta. Habrá dejado un legado enorme, pero para él no será suficiente, era imposible que lo fuera. Aun así, una vez comprendida la realidad que le espera, el niño sonreiría y se marcharía para siempre.

Y el descanso del niño no sería como el paraíso de los otros. Sería más pacífico, más auténtico, y haría parecer al otro un burdo engaño. En este estado, porque sería un estado y no un lugar, miraría a su padre. Tras observarse mutuamente, el padre le sonreiría, le daría su aprobación, y luego lo haría desaparecer. Y el niño se desvanecería en el cielo máximo y prohibido, dejaría de existir para no volver a reencarnar jamás, y así encontraría lo que siempre deseó. Cerraría los ojos por última vez, y se vería a sí mismo diciendo estas maravillosas, conmovedoras, y emocionantes palabras: "Eh... ¿Ya? Sí... ¿Dumbledore es gay? Ves, eso Tolkien no lo habría hecho".

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“Que tus actos sean causa, no causados”
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